El tren echó a andar, una nube de humo invadió el ambiente disipando cualquier rastro de tu fugaz sombra. Esa sombra que jamás estuvo ahí, pero que sin embargo era tan palpable que podía hasta respirarse y colapsar cada aparte de mi achacado cuerpo. Al fin la nube cubrió mi ventana en su totalidad acabando con tu sombra, eliminando cualquier fugitivo rastro de tu existencia.
Y aquí sigo yo, con mi billete de un tren fantasma, buscando con más pena que gloria, un asqueroso motivo por el que derramar mi única lágrima, lágrima marchita de noches en vela esperando el momento perfecto para dejar de pensar, aunque fuese tan solo un instante, en ti.
El estruendo de la sirena del tren me devolvió a la realidad, o eso quise creer, pues de lo poco que me enorgullezco de esta putrefacta y desconsolada vida es de haber aprendido a engañar a la realidad, sin este pequeño truco la navaja habría afeitado mi cuello por última vez en varias ocasiones y de una manera un tanto peculiar. De todas formas el último cigarro de mi pitillera me recordó, por fortuna, la brevedad de este calvario.
Sin saber muy bien cómo noté la brevedad del instante en el que el tren comenzó su andadura. A través de mi ventana un precioso campo de pañuelos al viento despedían a sus soles, pero a esta luna solitaria no hay flor que la siga ni ojos que la miren, todo en la vida es cuestión de práctica y esas chiquiteces hacían ya mucho tiempo que no me quitaban el sueño. Adentrado ya en las más profundas divagaciones de mi soledad noté de súbito el casual roce de una mirada solitaria teñida de humo y vapor que hizo que mi corazón triplicara su velocidad agitando mi gastada sangre. Aquel segundo mágico logró minar en los más profundo de mi ser encontrado en un recoveco el último átomo de felicidad existente en mí. Entonces esa devastadora mirada voló con el humo, lejos, muy lejos hasta desaparecer por completo. Al instante ni si quiera supe si aquello fue, tan solo, producto de mi imaginación.
Así, del camino al sin camino pude sentir como a cada paso ganado al pasado era irremediablemente un paso atrás en el futuro, bloqueando el camino entre lo que fui y seré, pues nunca se me dio demasiado bien conjugar los tiempos presentes a lo largo de una vida. Y allá voy de regreso al principio que no es otro que mi fin. Mi único sustento, este maldito tren que fluye por mi vida como río en busca de su mar como aquel estrépito trueno en busca de aquel rayo veloz que no comparte su camino, como aquella madre desesperada en busca de su hijo desaparecido...ya no me queda nada más pensé. Y así proseguí mi camino en busca de la más profunda y dulce soledad.
Adrián Arias Marcos. 1º Periodismo. Unversidad de Valladolid.
Adrián Arias Marcos. 1º Periodismo. Unversidad de Valladolid.
